Porque sería fácil desacreditar los recursos de Keane. Después de todo es piano rock, con canciones de estructura clásica -sin el enfermizo cut & paste o guiños afrolatinos del pop, supuestamente, más aventajado- y enraizado con lo emocional más que con la angustia adolescente, que tan buenos dividendos da a los rockers verdaderamente duros.
Después de un respetado teloneo de Francisco González, cargado a las guitarras y elogiado por la misma banda, los ingleses abrieron con "The lovers are losing". Esta canción, segundo single de Perfect simmetry, tales "Crystall ball" o "Is it any wonder" tienen toda la fuerza y escala humana perdida por U2 Y Coldplay, y que Travis intentó recuperar. Tres bandas que fracasan en lo que Keane vuelve totalmente explícito en "This is the last time", "Somewhere only we knows" y la extraordinaria "Nothing in my way". Una marca registrada, que sus detractores llamarán "fórmula", y que es simplemente encontrarle un cuerpo melódico e instrumental a un estado de ánimo.
¿Suena complicado? Entonces, hay que remitirse al cierre del concierto. Sí, porque después de los bonitos motivos ochenteros en la pantalla (gráficas de Atari, por ejemplo) y de los sinceros saludos de Chaplin, que incluso tocó con chupalla ("¡No sabía que teníamos tantos fans en Chile!" o "Ésta es para ti", decía con enternecedoras fallas en su traducción) vino el bis. Primero, "Under pressure" (Queen con David Bowie) y finalmente, la impresionante, "Bedshaped".
Ahí está resumido todo el poderío de Keane, en esta segunda visita a Chile tras el Vive Latino 2007. Un piano en primer plano, una melodía tristísima (heredera del gran trabajo de The Hit Parade, notable influencia de Keane) y un Chaplin que le saca el brillo a la voz. Es imposible no involucrarse con la canción mientras desemboca en un monumental estribillo. Porque meter ruido o incitar al baile es mucho más fácil que emocionar. Esto último, no lo lograrían agrupaciones supuestamente "blandas" como insisten en categorizar a Keane.

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